
Me encantan las sorpresas. A primera hora de la mañana del viernes recibí la llamada de un grande, de alguien que cuando llama hay que rendirle cierta pleitesía
por ser todo un personaje: Víctor Sancho, un loco, compañero de mil y una batalla en la facultad y, ante todo, buen amigo, estaba en Barcelona. Y ya se sabe, cuando un grande como él te requiere, hay que acudir a su encuentro.
Venía de su tierra, Ibiza, para coger un Ave para Zaragoza a las 8 de la tarde para reencontrarse, de algún modo, con su historia, con su pasado o véte tú a saber para qué, así que al salir del trabajo fui en su búsqueda y empezó el espectáculo.
Charlamos de todo un poco, rememoramos esos años de Universidad, de anécdotas varias, de mujeres... de esos amores finitos y otros que, quizá, están por llegar o que a lo mejor vuelven... véte tú a saber... Añoramos esa tierra valenciana que tanto nos quiso, y tanto nos soportó, durante cinco años. El caso es que dos clásicos se juntaron en las calles de Barcelona. Apenas fueron unas horas, las suficientes para repetirlo pronto de nuevo.
Víctor es uno de esos tipos que merece que se le dedique una tarde entera escuchándole: este loco suma 29 años de palabras sabias, de buenos consejos y tiene facilidad para dar alguna que otra terapia de choque. Alguien que sabe hablar cuando toca y escuchar cuando debe.
Sin embargo, su lado rebelde y crápula de la vida le hacen ser todavía un grande; alguien a quien imitar. Ya sabes, loco, siempre nos quedarán más batallas que librar.